España, cuarto puesto como productor de café tostado en Europa
25 enero 2024Compartir un café en San Valentín: celebrando el amor y la amistad
12 febrero 2024Tazas de café, escritores, autoras y otros poemas
“Solo quiero una taza de café, caliente y negro, y no quiero escuchar tus problemas”, dijo Charles Bukowski. El café ha remediado resacas de escritores, y ha acompañado las vidas, literarias o no, de creadores inolvidables.
No será la primera vez (ni la última), que dediquemos espacio en este blog al binomio escritores-café, dadas las costumbres de las gentes de letras de todos los tiempos… desde que existen los cafés, precisamente. Aunque el alcohol también ha estado -y está- presente en las biografías de muchos autores, lo cierto es que el café posee unas asociaciones literarias que emergen en los títulos de obras como “La balada del café triste” (Carson McCullers) o “Primavera de café: Un libro de lecturas vienesas” (Joseph Roth), por citar un par de ellas.
Adictos a la cafeína como el filósofo danés Søren Kierkegaard son de leyenda, como también lo es el Café Gijón (Madrid, 1888), que además de dar nombre a un premio literario -creado por el cineasta, actor y autor Fernando Fernán Gómez-, fue hogar durante años de nombres como Benito Pérez Galdós o Torrente Ballester. Sigue abriendo sus puertas, milagrosamente. Por cierto, esto nos recuerda a la amiga y cómplice Benito, la gran Emilia Pardo Bazán, quien habló de los cafetuchos de mala calidad, típicos de cafés obreros, en “Memorias de un solterón” (1896). Ya se ve: el café al servicio del naturalismo literario de la época.
Aunque la periodista y escritora Maruja Torres compare la vida con el café o las castañas (“siempre huele mejor de lo que sabe”, ha dicho), ha habido personajes como Charles Bukowski que le estarían siempre agradecidos a nuestra/su bebida favorita -aparte de a la cerveza, claro-. El creador de “La senda del perdedor” tenía una frase genial para cafeteros misántropos con resaca: “Solo quiero una taza de café, caliente y negro, y no quiero escuchar tus problemas”. Henry Chinaski (así se llamaba su alter ego literario) se las gastaba así.
Tan gratos para conversar, y escribir
Periodista, poeta, novelista, dramaturgo… el uruguayo Mario Benedetti, fallecido en 2009, lo escribió todo. Hasta una novela titulada “La borra del café”, en 1992. Hermoso título para el creador de “Poemas de la oficina” (1956), ¿verdad? Dicen que no podemos viajar a Lisboa sin pasar por la Rúa Garret (122) para adentrarnos en el Café a Brasileira, en especial si se es fan de Antonio Tabucchi o Fernando Pessoa, que fue parroquiano de este local. Ocurre lo mismo con Café el Fishawi, en El Cairo, y el Premio Nobel 1988 Naguib Mahfuz.
Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, una de las parejas abiertas más famosas de la historia literaria -la prehistoria del poliamor-, se pasaron mucho por un café histórico parisino, Les Deux Magots (situado en Place Saint-Germain-des-Prés). Al otro lado del charco, en México D.F., está por otro lado el Café La Habana, por donde se pasó la flor y la nata de la literatura del siglo XX en la capital mexicana, a saber: desde Gabriel García Márquez a Roberto Bolaño, que lo incluyó en sus historias. Eso sí, disfrazado -el propio café- con nombre falso. Cosas de escritores (y escritoras).