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Fue a principios del siglo XVII cuando el té llegó a Europa de la mano de holandeses o portugueses, si bien no está muy claro aún. Lo que sí está demostrado es que muy pronto, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales se quedó con el monopolio del mercado; el té se distribuía, desde China, por buena parte del continente.
Se cuenta que fue la princesa lusa, Catalina de Braganza, la que lo puso de moda en la corte británica en 1662. Pero es que, sin movernos de siglo, a Marguerite Hessein de La Sablière se le reconoce el mérito de hacer lo propio en la alta sociedad francesa; fue la primera en servir el té con leche para no agrietar la taza, como cuenta la mismísima Madame de Sévigné en sus famosas cartas.
En España se introdujo tímidamente en el siglo XVIII, como una moda francesa y británica más bien… Puesto que aquí éramos por aquel entonces más de… ¡chocolate! Rusia e Inglaterra, por su parte, habían tomado el testigo del gusto por el té, toda vez que en Alemania y Francia se decantaron más por el café.
Es importante señalar tradiciones como la casa de té japonesa, en el país nipón, donde rinden culto al té verde, preparado con mimo y detalle. No en vano, la artista Yoko Ono afirma que esta modalidad alarga la vida, y lo cierto es que la japonesa es de las poblaciones más longevas del mundo.
Elegancia y sofisticación: el Embassy madrileño
Lo de Japón es otra historia. De momento nos quedaremos en el origen de los salones de té europeos, en los que se inspiró la emigrante irlandesa Margarita Kearney Taylor, fundadora del madrileño Salón de Té Embassy en 1931. Que por cierto todavía sigue abierto.
Elegancia y sofisticación que se intentó trasladar a Madrid en la época de la Segunda Guerra Mundial, con la diplomacia y el espionaje pululando por allí; y como espacio de cierta libertad para las mujeres de clase adinerada. Al té y las pastas se unía la posibilidad, nada desdeñable, de tomar un cóctel entrada la noche (esta fue una costumbre importada de EE.UU.).
Aquel meeting point aristocrático madrileño partía de los salones de té en Londres y París que Taylor había conocido. Puesto que, más allá de las cortes aristocráticas, el salón de té tal y como se concibe actualmente, como un espacio donde se sirven bebidas con ambiente relajado, nace a finales del siglo XIX.
Los tea rooms en la era victoriana
En Gran Bretaña perviven locales con mucha historia, como el centenario Twinings -proveedor de la Casa Real-, en Westminster, donde se sigue sirviendo té desde que Thomas Twining lo abrió en 1706. Según la Organización de Té e Infusiones, en este país se consumen 60.000 millones de tazas al año.
Sin embargo, es durante el largo reinado victoriano cuando los tea rooms se asientan como lugares donde se empleaba a mujeres, principalmente, aunque fuese en unas condiciones laborales miserables. Fueron una alternativa a los populares pubs. En este sentido, cabe destacar a una de las pioneras en esta industria: Catherine Cranston en Glasgow (Escocia), fundadora en 1878 de la cadena Miss Cranston’s Tea Rooms.