En el antiguo país de la reina de Saba, ubicado en el Cuerno de África y poblado por 110 millones de habitantes, el café constituye un elemento de su identidad cultural. ¿Qué tal si nos acercamos al rito etíope?
Hace unos días mencionábamos aquí la relevancia de Etiopía en la historia del café. No está de más, pues, contar algo de una de las tradiciones ligadas a nuestra bebida favorita con ese origen. Nos desplazamos a un lugar muy especial de África, con Adís Abeba como capital panafricanista y el café como protagonista de una tradición ancestral que no pocos visitantes desean conocer.
Son las mujeres etíopes las que lideran esta práctica, que comprende tres rondas denominadas Abol, Tona y Berreka. Las personas mayores y los huéspedes gozan del privilegio de ser servidos en primer lugar, pudiendo degustar así la versión del café más fuerte. Tanto en la segunda como en la tercera ronda es cuando se incorpora la totalidad de los asistentes a la ceremonia.
Una de las peculiaridades de tomar café a lo etíope radica en que a veces el azúcar se sustituye por la sal -en ciertas comunidades son los hombres los que ensalzan el café-. Además, en un país donde el cristianismo es la religión más profesada -un 61,56 % de su población se declara cristiano- no pueden faltar determinadas expresiones durante el acto al servir el café, como “Egziabier Yesteleñ” (“Que Dios te bendiga”, en castellano).
Como ocurre con otros ceremoniales, cada detalle se mide con sumo mimo y cuidado, de ahí que la costumbre pueda llegar a prolongarse durante horas. En las casas etíopes se destina un lugar concreto para preparar el café. Tal es su importancia. Se trata de un espacio delimitado por una alfombra donde se coloca una mesita denominada rekebot.
Pueden llegar a contabilizarse, durante una velada, al menos tres rondas de café. Con su correspondiente trabajo previo, que describimos a continuación: