Fácil de preparar, el café en frío gana adeptos a medida que se va popularizando en Europa. Empieza a ser una buena opción para cafeteros un poco más alternativos y audaces: el nivel de cafeína es alto, pero resulta menos amargo.
Ir a contracorriente siempre estará bien, así que ahora que estamos acercándonos al momento más frío del año -según las previsiones meteorológicas, en todo el país-, vamos a ir a por un cold brew porque nos apetece, porque es un café cool y sobre todo porque se trata de una especialidad de café bastante beneficiosa. Empezaremos diciendo que, en inglés, una de las acepciones de brew es “hacerse, prepararse” una “infusión” (de ahí lo de cold brew).
También podríamos explicar lo que no es cold brew. Según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), ni es granizado ni café con hielo. Lo conocemos porque se estila mucho en el ámbito anglosajón, donde nació. Es muy habitual en EE.UU., Inglaterra y Australia.
¿Y qué es entonces? Pues café infusionado con agua y dejado reposar durante un tiempo determinado (preferentemente un día, al menos). Se trata de un café un 50 % menos ácido: intenso, denso y sedoso, según los expertos. También más “cargado” de cafeína, dado que su contenido es más alto que en el café normal.
Sin embargo, hay ya estudios científicos que afirman que precisamente por su menor acidez resulta más digestivo. No superan al café caliente, en cambio, en antioxidantes. En fin, que nadie es perfecto.